martes, 30 de agosto de 2011

Crimen y Castigo

En muchas ocasiones nos arrepentimos por la cosas que hemos hecho (mal). Pero, muy pocas veces no arrepentimos de aquello que hemos dejado de hacer. Esto por una simple razón: no hacemos aquello que no nos interesa hacer. Solo caemos en la cuenta cuan valioso era aquello que no hicimos  cuando lo empezamos a hacer. Esto trae consigo la contricción por la omisión y junto a ella la necesidad de la reparación inmediata por la  falta cometida. Cuanto más reparamos la falta cometida más nos damos cuenta que nunca debimos haber dejado de ejecutar aquello tan necesario. ¿A qué me estaré refiriendo? Definitivamente a una omisión: no haberme acercado a Dostoievski.

He descubierto en la lectura de Crimen y Castigo, que aún no termino, una radiografía de la lucha del hombre contemporáneo por aplacar la voz de su conciencia. Lucha descarnada que linda con rasgos esquizofrénicos en la que el único que pierde es el propio hombre. El ánimo temerario de querer olvidarse de su conciencia lo que hace que el hombre pierde todo sentido sobre lo que es y sobre lo que le es permitido hacer. Creyendo por largos momentos que su hacer va a determinarlo. Subsumiéndose así a los imperativos de su voluntad irracional. Pasa así de ser racional a ser puro animal.

Dostoivski hace notar que el hombre contemporáneo, ideologizado, se coloca en una posición animalesca. Un hombre que es incapaz de reconocer de inmediato lo malo que ha hecho. La omisión más mortal de todas: omitir a drede el juicio de la conciencia.

Esto es apenas una consideración que quería compartir con en reducido número de mis amigos lectores. No quiero sumar una omisión más: dar a conocer lo que he conocido.

Carlos Pacahuala Montenegro