
A pocos días del terremoto tuve la oportunidad de ir a la misma ciudad por segunda vez, pues había pasado por Pisco en mi viaje de promoción en el año 1995 en donde tuve el suficiente tiempo para conocer toda la ciudad. En este segundo viaje las circunstancias fueron totalmente distintas: la ciudad estaba en el suelo, el ambiente que se respiraba entre los que ibamos a esa ciudad era de asombro y desolación, pero no era lo que respiraban los pisqueños.
Recuerdo que el día que llegamos lo hicimos de madrugada, a eso de las tres de la mañana. Repartimos algunas cosas, insuficientes, entre las personas más necesitadas. Lo único que podían decir esas personas era ¡Gracias! Pero esos damnificados no lo habían perdido todo.
Casi al finalizar el reparto, aún de madrugada, una señora de edad se percató que entre nosotros había un sacerdote. Grande fue su alegría, pues lo primero que pidió fue "la bendición", y sientiendo esa señora que esa bendición no podía ser solo para ella convocó en menos de dos minutos a varios de sus vecinos que aún dormían, y lo único que esos vecinos pedían era la bendición. No lo habían perdido todo, ellos conservaban su fe y su esperanza.
Nunca olvidaré ese hecho. Ellos no pidieron ni comida ni agua, como expresión de su hambre de pan; ellos pidieron la bendición como expresión de su hambre de Dios
Junto con este comentario elevo una oración para que todas esas personas sigan teniendo hambre de Dios.
CARLOS D. PACAHUALA MONTENEGRO
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